¡Todos esperamos el viernes! Todos esperamos ese mágico día que nos libera de las cargas de la semana. Evidentemente, ahora lo esperamos mucho más porque es Viernes de Nicole. Les pregunto, ¿alguna vez ustedes han tenido un sentido de apropiación tan grande, de tanta satisfacción que es inevitable que salga por nuestros ojos, sonrisa, poros y que sepamos que es nuestro? Yo sí. Les puedo decir con toda certeza que no hay nada más mío en esta vida que el viernes. Cada viernes es mío y yo soy de él. Para mi no existe la palabra viernes sin su continuación, “de Nicole”. Son binomios perfectos. Puede que mi percepción sea algo egocéntrica, pero creo que después de tantos años no solo yo pienso así, si no que cada una de las personas que leen mis artículos semanalmente. Cada viernes lo espero con ansias, con emoción para contarles todas mis locuras y tratar de dejar un mensaje positivo en ustedes.
La semana pasada, no sé si lo notaron, pero mi artículo no reflejaba mi mejor trabajo. De plano, no reflejaba mi corazón ni mis locuras. Esbocé miles de ideas. No lograba concentrarme, no podía. Lo peor, no era tanto lo que no podía si no lo que no quería. Fue tanta mi lucha interna que pensaba mandarles un mensaje que dijera “Nos vemos el otro viernes. Se clausura momentáneamente el viernes.” Era un sentimiento de insubordinación fuerte. Hasta que después de empezar como cuatro artículos, terminó saliendo el que salió. Escribí un viernes desabrido y escueto. Sentía que le estaba fallado al viernes porque no era ni la sombra de un viernes por Nicole Vaquero.
Cuando por fin lo terminé, me disculpé con mi editora por no ser mi mejor trabajo. Le dije a mis personas más cercanas que no lo tenían que leer si no querían. Esto es completamente atípico en mi: si son parte de mi círculo inmediato, leer el viernes de Nicole no es solo un deleite, pero una responsabilidad. El viernes pasó sin pena y sin gloria. Estaba feliz de que no había incumplido, pero con un sentido de pesar porque no había dado mi todo. Eran un conjunto de palabras puestas y ya. Tenía miedo de que este Viernes fuera igual, que siguiera sin inspiración.
¿Adivina adivinador? Así fue. Los días pasaban y yo no sentía esa emoción que siento por mis viernes. No pasaba NADA extraordinario. No estaba triste, ni deprimida ni tenía alguna preocupación, solo no tenía un tema que me llenara tanto. Pero como la Dios y la vida se lucen siempre, me cayó una metáfora como anillo al dedo que dice así:
“Dicen que antes de entrar en el mar, el río tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino recorrido abierto a través de selvas y poblados, y ve frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el río no puede volver. NADIE PUEDE VOLVER. Volver atrás es imposible en la existencia. El río NECESITA aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, si no de convertirse en océano”. Y de pronto al leer esa profundas palabras me cayó el veinte. “NADIE PUEDE VOLVER. EL RÍO NECESITA ACEPTAR SU NATURALEZA Y ENTRAR AL OCÉANO… SOLO ENTONCES SABRÁ EL RÍO QUE NO SE TRATA DE DESAPARECER EN EL OCÉANO, SI NO DE CONVERTIRSE EN OCÉANO”.
Yo no sé si estaba tratando de volver a atrás. A ser de las personas que leí y no tenía la responsabilidad de compartir, de servir y de ayudar mientras comparto mis letras. Aceptar mi naturaleza de escritora es entender que vendrán días de sequía de ideas, de querer quedarme en temas cómodos o días que simplemente no tenga ganas de escribir, pero si me quiero convertir en el océano que fui creada para ser, debo continuar mi camino SIN IMPORTAR QUE.
Todos tenemos momentos en los que queremos volver atrás. El miedo nos aterra tanto que al vernos ante algo tan grande, una responsabilidad o un compromiso que nos hará crecer, queremos devolvernos a los tiempos de tranquilidad, a los tiempos en que solo seguimos nuestro curso por la selva apreciando el bello paisaje. Si no asumimos nuestro deber, no nos convertiremos en el océano que estamos destinados a ser. Me di cuenta que si yo no seguía tratando de escribir mis viernes, de seguir haciéndolos míos, no cumplirían su propósito ni yo cumpliría el mío. El Viernes y yo estamos unidos de por vida como un compromiso indisoluble. Sin importar cuánto me cueste, cuánto me tarde y lo loca que me pueda volver por no tener inspiración, si no sigo mi camino, si trato de volver a atrás, no llegaré jamás a mi destino.
Sigamos nuestro camino, sigamos el rumbo, continuemos sin importar qué y recordemos que no hay viernes que no sea: Viernes de Nicole. ¡Feliz Viernes! 😊
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