A veces resultamos ser simples espectadores de situaciones en la vida. Vemos desde lejos circunstancias que en algún momento podrían repercutir en nosotros, pero que, por los momentos, no nos afectan directamente. A veces somos testigos silenciosos de hechos que nos parecen injusticias y por no vernos afectados nos mantenemos al margen. Siempre he escuchado que cuando estamos bien los amigos abundan, pero cuando caemos, nos vemos solitarios y podremos contar con la palma de nuestra mano a nuestros seres más cercanos. Creo que a todos nos ha pasado, en algún momento u otro en nuestra vida. Estamos bien y todo florece a nuestro alrededor, pero estamos mal y con todas las vicisitudes que nos encontramos hay que sumarle la soledad. Esta semana he sido espectadora de algunas situaciones un tanto injustas. Los niños celebraron esta semana las elecciones estudiantiles. Habían dos candidatos, la casilla uno era para un pequeño niño de tercer grado y la segunda casilla era para un muchacho ya de séptimo grado. El día de las elecciones, el niño de tercer grado era celebrado por su valentía y todos sus compañeros lo cargaban de arriba para abajo ya que podía ser el siguiente presidente estudiantil. Todos le aplaudían y se acercaban a él con mucha felicidad. Al final del día se dieron los resultados, dándole al victoria al muchacho de séptimo grado. Todos los niños se alejaron del pequeño candidato y fueron a congratular al nuevo presidente que les prometía diferentes actividades y beneficios. El pequeño niño se que quedó solo y aislado con el corazón roto. Esta anécdota, aunque pueda parecer un hecho infantil, pasa muy a menudo en nuestras vidas. Nos alejamos de la gente que está abajo, que ya no nos puede prometer ni dar nada. A veces no es que ni nos tengan que dar algo, pero simplemente no queremos que la mala suerte del otro repercuta en nosotros. Ahora, yo me pregunto, ¿Será eso lo correcto? ¿Será correcto solo observar como alguien cae y alejarme sin brindar apoyo concreto? ¿Será humano? Al meditarlo esta semana me doy cuenta que no podemos ser simples espectadores en la vida. No podemos dar la espalda a la gente que apreciamos solo porque ya no generen algún tipo de beneficio a nuestra vida. Apoyar a alguien en los momentos difíciles es la actitud más valiente que podemos tomar.
Mientras veía a los niños esta semana me daba cuenta que eso es lo que les inculcamos desde pequeños. Esa actitud la llevamos toda la vida y se acrecienta a medida nos vamos desarrollando. Que el ganador siempre está bien y el perdedor se encuentra solo. Desarrollamos esta habilidad de buscar siempre nuestro beneficio sin importar que suceda con las personas afectadas. Yo les propongo hoy que seamos agentes de cambio. Que dejemos a un lado esos principios de supervivencia propia y la hagamos colectiva. Les propongo que ayudemos al caído. Que levantemos su espíritu, que lo ayudemos a seguir su camino, demostrándole que nunca está solo. Les invito a dejar atrás el adagio “del árbol caído todos hacen leña” y a transformarlo, y que podamos replantar juntos el “árbol caído”. Les invito a nunca dejar solo a que está caído, si no ayudarlo a levantarse. El futuro no le está asegurado a nadie. No sabemos que nuestro éxito sea certero, pero podemos asegurarnos que teniendo un corazón dispuesto a ayudar a otro, lograremos el más grande de los éxitos. Ayudar a otro es un privilegio, debemos agradecer la oportunidad de hacerlo. Eduardo Galeano escribió: “somos lo que hacemos y sobre todo, lo que hacemos para cambiar lo que somos”. Hagamos el esfuerzo por cambiar. ¡Feliz Viernes! 😊
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