¿Han tenido que ver algo por segunda vez porque la primera no lo supieron apreciar? ¿Han tenido ese sentimiento de culpa por no haber disfrutado de algo porque simplemente estaban muy ocupados o no era para ustedes? Les podrá parecer raro, pero no hace mucho tiempo, yo era de esas. Nunca tenía tiempo para nada. Siempre estaba cansada para todo. Cualquier actividad física que fuera requerida de mi parte, era para mi un sacrificio sobrehumano. Tanto así que ni si quiera poseía un par de tennis de ejercicio. Los únicos “zapatos de ejercicio” que tenía eran unos blancos espantosos que los requería el colegio y al final los termine vendiendo a una amiga. No tenía traje de baño y me parecía espantosa la idea de tener que meterme al mar. Para conocer algún lugar nuevo impuesto por mis padres era para mí un sacrificio. Me limitaba a simplemente ir con una cara larga y un sentimiento de “¡porque me traen aquí! ¡Yo quiero estar conectada a “MSN”(aunque no estuviera hablando con nadie)!
Todo resultaba para mi extremadamente incómodo , ya fuera el clima, la cantidad de gente, lo aburrido de la explicación y la peor de todas, la pereza.
Mis días se resumían a ver, hacer, sentir solamente aquello que requiriese de mí el mínimo esfuerzo. No apreciaba ni disfrutaba nada y siempre estaba cansada para todo. Aunque por muchos el feriado Morazánico es ampliamente criticado, para mi da la oportunidad de reconectarnos con nosotros mismos y retomar lo que queda del año con fuerza para poder terminarlo exitosamente. Este año les propuse a mis papas que hiciéramos un viaje terrestre a Tikal, Guatemala. Hace 10 años mis papas nos habían traído a mis hermanos y a mi. Les diré que la experiencia me pareció fatal. No le había encontrado nada de interesante a enlodar mis zapatillas, sudar por la cantidad de humedad para llegar a un “resto de piedras, que ni por cerca se comparaban a las de Copán”.
Mis papas estuvieron dispuestos a ir desde el momento en que les propuse la idea. Creo que ni se acordaban de mi mala actitud de hace 10 años.
Ayer visitamos por segunda vez Tikal. No les puedo describir ese sentimiento de alegría y satisfacción que me persiguió por el recorrido de 4 horas y media. Visitamos los 7 templos que contempla la ciudad. No importó la cantidad de lluvia, el lodo, las hormigas o el calor. Todo era espectacular. Todo era verlo como por primera vez. Absorbía cada olor, cada vistada. Apreciaba cada una de las personas que estaban ahí, que se maravillaban y no huían de la insistente lluvia. Esa sensación de plenitud, grandeza y agradecimiento de poder ver aquellos monumentos, testigos silenciosos del paso del tiempo, fuente de conocimiento y de cultura interminable, es inexpresable. Algo cambió en mi, no puedo explicarles muy bien que es, pero despertó en mí unas ganas increíbles de conocer, aprender, saborear y de vivir cada momento intensamente. La vida se compone de pequeños momentos, si no los tomamos es como no vivir.
Hace 10 años no creo haber visto ni la mitad de los templos, ni mucho menos escalarlos y recorrerlos. No me importaba ni me interesaba nada de lo que pudiera ver o aprender. Ahora entiendo que lo que le da sentido a nuestra vida son los momentos. Hay quienes les dan mucha importancia y quienes los dejan pasar como si nunca sucedieran. Puede que la vida no sea tan generosa de permitirnos ver algo dos veces, puede que nuestro único momento sea el hoy y el ahora y es ese hoy y ese ahora, que debemos hacerlo nuestro. Nuestra actitud reflejará nuestros deseos y nuestras intenciones que llenarán nuestra alma. Debemos escoger entre tener un alma llena de recuerdos increíble e imperecederos o un alma llena de pereza y mala actitud. Vivamos, bailemos y besemos la vida con todo lo que nos ofrezca. Saboreemos los momentos. El Dalai Lama dijo: “una vez al año ve a un lugar al que no hayas ido nunca”, para mi Tikal, fue ese lugar. Aunque mi presencia física estuvo aquí hace 10 años, ninguno de mis sentidos ni sentimientos lo vivió. Ayer pude ver Tikal con otros ojos. Descubrir su magnificencia y su grandiosidad. Caminar por senderos milenarios en donde hasta el día de hoy se oyen los cantos de los quetzales. Donde hoy la suave brisa de las gigantescas ceibas acompañan a los visitantes. Saborear las nubes desde las alturas es el sentimiento más cercano a la infinidad que podemos tener. ¡Ah!, y a mucha honra les puedo decir que subí con la mayor de las alegrías la pirámide más alta, con más de 70 metros de altura con un par de tennis que son míos.
“Que la vida me perdone las veces que no la viví”.
¡Feliz Viernes! 😊
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