Creo que hay semanas en las que nada nos sale. Vemos los triunfos tan lejos y trabajamos y trabajamos, algunas veces, sin importar cuánto le metamos, vemos los triunfos más y más lejos. A veces por más que nos propongamos ciertas metas, no es que no parecen realizables, sino inalcanzables.
Esta semana me sucedió. Hace algún tiempo estoy luchando por algo en mi trabajo. He viajado, me he comprometido, la verdad he dado el 150% de mi para lograr conseguirlo. Incluso hace un par de semanas me habían dicho que ya estaba. El martes de esta semana, yo muy feliz esperaba la tan añorada recompensa. Pasó el martes y nada sucedió. Había hecho planes, ilusiones, proyectos con base en este compromiso que se me había dado. Es horrible que se nos arrebate algo con lo que “nos hemos hecho los bigotes”. No podría explicarles cómo me sentí. El día en el que se me dio la tan triste noticia, era el cumpleaños de mi papá y nos dirigíamos a la iglesia para dar acción de gracias por su vida. El padre dio una hermosa homilía donde decía que no podíamos vivir sin el perdón. Yo no estaba enojada con mi situación, pero si decepcionada porque había puesto todo mi empeño en algo que ya lo daba por hecho. Independientemente, decidí sonreír, reírme de mi situación y esperar lo mejor. Al día siguiente muy temprano en la mañana, me cayó un mensaje diciendo que era la ganadora de una entrada al estreno de una película hondureña “Un lugar en el Caribe”. Admito que me asusté, incluso dudé, pero resultó ser cierto. Nunca antes me había ganado nada. No había participado de ninguna manera y no sabía cuál había sido el proceso de selección, pero me había ganado algo que NUNCA me esperé. Les puedo decir que me llené de dicha al saber que algo bueno había sucedido en mi y que de cierta manera estaba teniendo algún tipo de recompensa después de como me había sentido. No siempre recibimos lo que esperamos en la vida. Siempre hay situaciones difíciles, siempre hay decepciones, pero no podemos vivir cabizbajos ni con tristeza en nuestro corazón. No podemos dejar de luchar por lo que queremos ni mucho menos por lo que nos merecemos. No podemos abandonar la batalla solo porque caigamos una o mil veces. Dios nos dio la fuerza del buey para enfrentar todas las dificultades y podemos sentirnos tristes, pero nunca venceremos si lo hacemos con tristeza. Debemos levantar nuestra cabeza con la mejor de las actitudes, desempolvarnos y retomar la lucha con la más grande de las alegrías. Creo que mi actitud contó mucho esta vez. Creo que me vi recompensada porque sabía que no podía desistir y que al día siguiente debía de hacer mi trabajo mejor que los otros días y con más alegría y ahínco. Es más, me sentí tan suertuda que hasta compre la lotería en la esperanza de ganarme el jugoso premio (cabe mencionar que no me lo gane, pero si me divertí). Recuerda, aunque las cosas no vayan como nosotros esperamos, se feliz. ¡Feliz Viernes! 😊
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