Cuando estaba en la escuela buscaba constante aprobación de mi grupo de allegados. Quería compartir mi vida y quería que ellos la validaran. Si me cortaba el pelo, me lo alisaba, me ponía shorts para salir, buscaba que ellos lo aprobaran, sin importarme qué pensara yo. No sé si es el tema de crecer en una ciudad pequeña, donde todo el mundo se conoce, que te sentís obligado a caber en un patrón específico que nos hace compartir, buscar aprobación y cumplir con “los deberes” impuestos por el círculo de personas cercanas a nosotros.
Esto no ha cambiado desde la escuela. Hoy en día, creo que a nivel generalizado, lo hacemos. Constantemente estamos en búsqueda de la aprobación de otros. Desde el momento que abrimos nuestras redes sociales, mandamos un mensaje, explicamos algo o arcaicamente, cuando hacemos una llamada telefónica comentando nuestras hazañas, sueños, travesuras y maneras de pensar, las exponemos ante otros para que avalen lo que pensamos, hacemos o decimos.
He jugado bajo estas reglas por bastante tiempo. Claro, me he ido desprendiendo de ciertas ideas que creía tenía que explicar a la gente. Siempre sentimos que tenemos que dar una explicación acerca de nuestra manera de actuar o compartir nuestros logros esperando que sean aplaudidos siempre. Honestamente, rara vez que sometemos a opinión popular lo que hacemos, obtenemos los resultados que tanto queremos.
Hace como un mes, una pareja amiga mía, a los cuales quiero con toda el alma, me comentaron que ellos se habían percatado que mi manera de vestir había cambiado, que les agradaba sobremanera porque, en su opinión, yo siempre me había vestido muy conservadoramente. Cuando me dijeron esto, les dije riendo y con una mega sonrisa, “Es que he bajado un chin de peso y me puedo poner estas cosas”. A lo que ellos contestaron a una sola voz, “¡No! Te hemos conocido desde chiquita, siendo flaca o llenita, y te vestías muy mayor para tu edad”. El comentario me encantó, aunque la verdad, yo no lo notaba. Para mi, siempre me he vestido igual, he tenido unas ideas un poco locas de la moda, pero siempre he sido yo. Ellos me insistieron diciéndome que yo estaba diferente mucho más allá de mi ropa.
Sus palabras se han quedado en mi cabeza. Empecé a notar que lo que ellos me habían dicho era verdad. Que había cambiado mucho en mi manera de vestir, sentir y actuar. La forma en que yo reflejaba este cambio, era a través de la vestimenta. Empecé a notar el cambio en mis fotografías para el blog. Perdónenme que utilice esta palabra, pero siempre salía cómo “ahuevada”. Me miraba incómoda en las fotos. Ahora me veo más espontánea, feliz y empoderada. Comprobé esto hace una semana.
Nos reunimos con unos amigos para hacer una sesión de fotos. Decidimos que las fotos serían solo con una camisa blanca enorme. Algunas llevaban jeans, otras un short negro pequeño para mi comodidad. Las fotos son un poco más atrevidas de lo que usualmente he hecho, conservando siempre mi pudor. Las que he visto a mi me han encantado. Incluso, mi amigo fotógrafo me dijo, “En todo este tiempo, nunca la había visto tan relajada y suelta en una sesión de fotos. Siempre es al final que se relaja.” Me sentía en mi salsa. Me sentía yo, me sentía empoderada. Nunca sentí pena, nunca me sentí incómoda.
No sé si será la magia de tener 30 años, donde todo se ve diferente y donde se exactamente cuáles son mis valores y principios, y lo que la gente diga no determinará quién soy, pero aunque sé que no a todo el mundo le van a gustar o a parecer las fotos, no me importa. No es que me haya vuelto una malcriada, sin pudor, libertina y perdida, ¡No! Es simplemente una decisión que yo tomé y me siento bien al respecto. No todo el mundo la tiene que compartir, pero si respetar.
La cuestión es que se nos olvida el respeto. Se nos olvida que pensar, actuar y simplemente ser diferentes nos construye y edifica. Para llevar una vida armónica no tenemos que tener las mismas ideas, pero si el mismo respeto. Que si nos vamos a sentar y aprobar las decisiones y acciones de alguien debemos de estar seguros de no tener un techo de cristal, el cual, sinceramente, todos los seres humanos tenemos.
Tenemos que aprender a vivir con las consecuencias de nuestros actos, algunos serán aplaudidos, otros serán criticados. Pero lo importante de esto es que son NUESTROS ACTOS, aquellos que salieron de nuestros corazones y podremos vivir felices con la decisión o aprenderemos una lección de ellos, pero NUNCA será un desacierto. Sin importar qué tan distinto pensemos, qué tanto queramos opinar, debemos respetar las acciones que las personas tomen. Así como también saber que al someter a opinión nuestras acciones, no quiere decir que serán aprobadas. Tenemos que estar dispuestos a vivir con esto para llevar una vida más en paz, más feliz y honestamente, sin hipocresías.
Hasta el momento, sé que no soy la niña que buscaba aprobación de sus compañeritos. Que aunque he tenido mis retrocesos, hoy por hoy, soy feliz de vivir y aprender de las lecciones. Estoy segura que respeto las acciones e incluso, las palabras de los demás, pero estás no me definen. Que si bien es cierto, me llevaré fiascos grandes, pero serán míos, y aprenderé y creceré de ellos. Tener 30 años, saber quien soy y sentirme bien conmigo misma, no cambiará por las ideas que algunas mentes tenga acerca de mí, pero seré YO.
¡Feliz Viernes! 😊
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