Este Viernes no puede ser de otra cosa más que de la espectacular celebración que tuvimos del día del niño en MI escuelita. El 10 de septiembre, desde hace 3 años, para mi no significa otra cosa que el día del niño. No importa que tenga que hacer, no importa que pase, esa mañana está reservada para compartir y llevar alegría a más de 300 niños que asisten a la Escuela La Gran Familia, sector La Puerta.
Siendo sincera, este año no fue como los pasados. No me preparé con antelación. Usualmente yo comienzo desde junio a prepararme, ahorrando, reservando y buscando todo lo que necesito. Este año pasaron junio, julio y gran parte de agosto y yo había dicho que no iba a celebrar el Día del Niño en la escuelita.
A principios de año tomé la iniciativa de hacer un aula para kínder. Era un proyecto que desde hace un tiempo había contemplado, pero que no había tomado la decisión de hacer. No les puedo explicar la cantidad de problemas que surgieron de levantar esa aula, tanto que después de una más que acalorada discusión con ciertos maestros y padres de familia, decidí que terminaría la obra y me retiraría del todo de la escuela. Existía presión para terminarla, presión con los materiales y albañiles, pero nadie tomaba en cuenta el esfuerzo que requería ni tampoco el factor económico. La gente esperaba que solo cayera del cielo y que yo me encargara de ejecutarlo. Me dijeron cualquier cantidad de oprobios. Fue terrible, y yo no me ofendo fácilmente. Así que dije, “Nicole terminá esa aula y ya cortá relaciones con esta gente”.
Mi corazón, la verdad, no estaba en paz. Me imaginaba a los niños esperándome y yo no llegaba. Todos los días que subía hacia el trabajo y veía la escuelita yo sentía remordimiento. Hasta que una tarde me decidí. Puse mis ideas y mis sentimientos claros y separé a los adultos y me quedé solo con las sonrisas de los niños. Recordé los años pasados y lo felices que éramos y claramente me di cuenta que no podía cortar eso.
Osadamente pedí ayuda por mis redes sociales. Obtuve respuesta inmediata. Lo que usualmente me tardaba meses en conseguir, lo obtuve de inmediato. En menos de tres dias la gente me había ofrecido mucho más de lo que yo me hubiese imaginado. Tenía ya contratadas payasitas, un castillo inflable, helados, arroz chino, canastitas, pelotas, galletas, refrescos, premios, dulces, piñatas. Lo que ustedes se imaginaran en una celebración espectacular, carísima, yo lo tenía en la pequeña y humilde escuelita de La Puerta.
Cuando los niños me vieron llegar, me cayeron en grulla. Estaban felices de verme, yo estaba feliz de estar ahí. Desde que vi la primera sonrisa olvidé todo lo que había pasado meses atrás. Me sentí niña nuevamente. Los niños gozaron. Había carreras de sacos y otros juegos. El saltarín era solo para ellos. No se les negaba nada. Podían repetir todo lo que quisieran las veces que quisieran. Para los niños todo era magia, todo era perfecto. No importaba nada, para ellos era felicidad.
Mientras repartía las pelotas que lleve a cada niño, los padres gritaban y me decían “¿Por qué trajo pelotas de plástico y no de cuero?” O cuando repartía el helado, los adultos decían “¿Y no tiene de más sabores? Esto está derretido.” Para los adultos, sin importar cuántas cosas buenas hubieran o lo que hubiera, no era suficiente. De verdad que cada vez que escuchaba un reclamo o una expresión de estas, a mi me dolía el corazón. No podía creer que la gente no pudiera ver la magia de ese lugar. No podía creer que no hubiera agradecimiento.
Después de un largo rato de quejas, mi cerebro y mis odios simplemente los bloquearon. Me dejé llevar por la magia de la felicidad de los niños. Sentía tanto agradecimiento por las personas que me habían ayudado. Sentía tanta satisfacción de ver aquella realidad tan gris y lúgubre, transformada por un mañana. Veía a los niños todos llenos de helado, de comida y de refrescos. Felices con sus pelotas, felices con sus premios, con sus calcomanías. Todo los había hecho felices y nada en lo absoluto opacaba esas sonrisas.
Cuando crecemos queremos encontrarle un pelo a la sopa. Nunca es suficiente. Nunca es exactamente como lo queremos. Se nos olvida que en cada cosa pequeña hay magia. Como lo dijo El Principito, “Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.” A estos padres, a estos maestros, a estos adultos se les cerraron los ojos del corazón. Nos volvemos ingratos y mezquinos, sin saber valorar lo que las personas hacen. Se nos olvida que también fuimos niños y que en aquel momento encontrábamos dicha en cada cosa pequeña.
Yo decidí no olvidarme de mi niña interior. De hacerla total y completamente orgullosa de la mujer en la que me he convertido. Demostrándole ese día a los adultos que por más que ellos quieran oscurecer las cosas, siempre habrá magia en todo para los que decidimos creer en ella. Que podemos magnificar los pequeños detalles, porque al final del día esos son los que cuentan. Los niños demostraron que donde habían dulces, chocolates, piñatas y juegos, la felicidad era una obligación. Ellos me recordaron que a los adultos siempre hay que explicarles las cosas, porque se olvidaron de sus niños interiores.
Estoy infinitamente agradecida con Dios por haberme recordado que yo no hago las cosas por los adultos, las hago por los niños y mis acciones JAMÁS deben estar condicionadas por lo que otros hagan o digan, si no por donde mi corazón me guíe. Le agradezco a la gente que confió en mi, que me ayudo, que me aporto, que me mandaban mensajes para saber cómo iba. Todas estas personas que hacen a sus niños interiores felices, ¡GRACIAS!
¡Feliz Viernes! 😊
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