Febrero es de mis meses favoritos. Hay algo en él. No sé si me gusta tanto desde pequeña porque San Pedro se pone más bonito, las montañas están más verdes y hay flores por todas partes; o es simplemente porque hay una excusa para comer chocolate ilimitado. En sí, para mí, febrero trae amor y alegría. La gente anda más en paz, de buenas, enamorada o lo que sea que ande, pero esa vibra inevitablemente se contagia.
Este amor por febrero siempre se refleja en mis escritos. Reservo cada uno de los viernes de febrero para los diferentes amores que tenemos en nuestras vidas. Y aunque me arriesgo mucho a sonar repetitiva, creo que es importante re visitar ciertos temas para ver cómo hemos cambiando en ellos; porque si no hay cambio, no hay crecimiento.
Para mí, el amor de Dios es lo más grande y maravilloso que tenemos. Yo no sería nada sin el amor de Dios. Su amor es puro, real, inquebrantable e infinito. Sin importar las veces que yo me desvíe del camino, Dios encuentra la manera de re direccionarme.
Mientras me planteaba este escrito, me preguntaba, ¿le doy a Dios el mismo amor que ÉL me da a mi? Me contesté que quisiera pensar que al menos doy un 5% de amor. Aunque sé que es cuentearme.
Y es que me puse a pensar en una conversación que tuve hace algunos días. Una persona pasando por situaciones complicadas en varios aspectos de su vida me comentaba que asiste a una iglesia y es muy devota. Tiene un grupo de “hermanitos” en la fe, los cuales se apoyan mutuamente, comparten experiencias, conocimientos y la palabra de Dios. Cada una de las personas de este grupo está en un “nivel más alto” de espiritualidad que la persona que les comento. Esta persona me decía que siempre se sentía juzgada por su grupo. Que no importaba que tan banal fuera la conversación, siempre el tema culminaría siendo de Dios. Que cada error, cada decisión era sometido al escrutinio de estas personas, que incluso se le habían alejado o hecho a un lado por pecadora. Sin embargo, ahora resultaba que, después de tanto escrutinio, estas personas habían cambiado su vida un poco y estaban actuando con rasgos más “humanos” y menos santos; pero como ellos lo hacían, no era malo o era justificable.
Mientras escuchaba toda aquella historia yo lo único que podía pensar era, “¡Jue pucha! A saber a cuántas personas he hecho yo sentirse así.” Sé que no sudo agua bendita y soy re pecadora, pero trato de recomponerme, encausarme y reparar los daños que cometo a diario. De verdad, me sentía como en el banquillo de los acusados por las actitudes que he podido tener a través del tiempo con la gente y del poco amor qué tal vez había podido profesar.
Escuchaba a esta persona desahogarse y pensaba en el infinito amor de Dios y la capacidad que nos dio para amar y ser como Jesús. Realmente, son muy pocas las veces en las que somos como Jesus. Muy pocas veces cuidamos nuestro actuar y nuestro caminar. Se nos olvida que nuestra vida es testimonio latente para otros. Nosotros no sabemos cómo ser amor.
Esa es la cuestión, pensamos que porque vayamos a la iglesia, leamos miles de libros de espiritualidad, recemos y recemos, eso es todo lo que la gente va a ver, eso nos hará santos y mejores personas. Pensamos que eso es amor, que eso es amor de Dios. Tenemos que entender que la vida va más allá que solo hablar y rezar, debemos ser coherentes con nuestras acciones. Si queremos ver un cambio real en el mundo, empecemos con nuestras actitudes.
A Dios no le interesa que juzguemos a la gente, Él es el único que tiene la capacidad para hacerlo y sin embargo, no lo hace. Les aseguro que la gente recordará mucho más nuestras acciones que nuestras palabras. Así que seamos testimonios de amor. Creo que realmente, sin importar en qué creamos, debemos dar amor en cada momento. Apoyar y no juzgar. Levantar y entusiasmar. Solo porque alguien peque diferente a nosotros no los hace malas personas y a nosotros mejores. El camino de la vida tiene tantas sorpresas que la persona que menos esperamos (“la más pecadora”) nos puede dar las lecciones de amor más grandes.
Así que en honor al mes del amor, dedico el primer Viernes de Nicole a que seamos el amor de Dios en el mundo. Seamos como Jesus, a eso estamos llamados. Prediquemos con acciones y no con palabras. No importa a qué denominación pertenezcamos, si creemos o no creemos, pero si tenemos el deber de practicar el amor. ¡Así que seamos amor!
¡Feliz Viernes! 😍
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