Tengo algo que confesarles: desde hace más o menos un mes, he estado teniendo problemas en mi trabajo. Mi trabajo NUNCA ha sido fácil, pero siempre, de la mano de Dios, he podido sobrellevar cada problema, circunstancia y conflicto. Sin embargo, en este último mes, realmente me he sentido con la soga al cuello. Ha habido problema tras problema, y me han robado la paz en momentos bellos, en momentos que en lo último que debería estar pensando debería ser en trabajo. Si no es una cosa es otra y finalmente quedo en el limbo porque nunca me logro enterar de qué fue lo que en realidad sucedió. Hay días en los que ser positivo, alegre, y ver todo como un reto, simplemente parece no ser suficiente.
Les digo la verdad, cuando les hablo que ha habido días en los que he analizado cada situación posible minuciosamente, evaluando cada una de las posibilidades y pensando en el qué pasará. El viernes pasado puede que haya sido el peor de esos días. Honestamente, no sé cómo logré escribir El Viernes de Nicole de ese día y dedicárselo al amor a la vida.
El fin de semana, luego de ese fatídico viernes, tuve una serie de eventos que me trajeron mucha felicidad. Estuve rodeada de gente que me quiere, de personas que ven mucho más allá de mi trabajo y se concentran en lo que soy yo. Por ese momento, yo dejé ir las aflicciones que tanto me habían atormentado. Al día siguiente, me levanté muy dispuesta a encontrar el meollo del por qué me había estado yendo tan mal en el trabajo. Lo medité, lo entregué, leí, lo seguí meditando y aunque si estaba mucho más tranquila, tenía esa espinita que no me dejaba. Sin embargo, llegué a la conclusión de que había sido muy pasiva en encontrar la respuesta a mi problema. Había sido extremadamente tibia ante ciertas circunstancias y tenía perfeccionar eso. Tenía que encausarme y trabajar de manera más eficaz y eficiente.
Así que el lunes a primera hora me dispuse a dedicarme más, a entregarme más y simplemente dejar que sucedan las cosas como deben de suceder. La cuestión es que aparentemente la cara de angustia no se me quitaba, según me dicen. Sin importar cuánto yo estuviera poniendo todo de mi parte, sintiéndome más en paz, más tranquila, la cara de aflicción no se iba. Hasta que de pronto llegó una compañera que trabaja conmigo. Esa mujer siempre anda con cara de tragedia, cuando les digo siempre es SIEMPRE, TODOS LOS DÍAS DE LA VIDA. Para ella todo es malo, todo es grave y los únicos problemas que son importantes son los de ella. El día que yo vi a esa mujer entrar con su cara de tragedia, con un problema superfluo, como el tráfico, fue mi despertar.
Me remiré en ella y yo dije, “¡No puede ser que yo tenga la misma cara de esta mujer que solo es quejas, que todo está mal y que no hay nada que la incentive ni le saque chispa! ¡No puede ser que yo me haya convertido en ella!”
Al ver aquella desidia, aquella tragedia por todas partes yo dije, “¡Nicole Vaquero, déjate de cosas ya! Vos sos luz y tenés que transmitir luz, no angustia ni preocupación”.
Al verme en el reflejo de esta persona, caí en cuenta que había dejado que la preocupación y la angustia se apoderaran de mí. Y es que por más problemas que tengamos, sean grandes o pequeños, no deberían ser causa de apagar nuestra luz. Que, si bien es cierto la vida nos arroja cualquier cantidad de circunstancias adversas, nada de eso debe apagar eso que somos: nuestra esencia.
La realidad de la vida es que: si tu mal tiene remedio, ¿de qué te afliges? y si tu mal no tiene remedio, ¿de qué te afliges? Debemos hacer todo lo que está es nuestro poder para que las cosas marchen bien y confiar en que todo realmente estará bien, sin importar cuál sea el desenlace. La angustia, la aflicción y la desesperación solo nos llevarán a lugares tenebrosos que nos robarán la paz y causarán marcas de expresión indeseadas en nuestro rostro (y no habrá crema facial suficientemente potente que las reduzca). Si tenemos la certeza de que hemos obrado bien, nada en esta vida puede apagar nuestra luz, sin importar cuantos obstáculos caigan sobre nosotros. Debemos encontrar la manera de brillar a través de lo malo, lo angustioso, los problemas y las tragedias.
Aprendí esta semana que yo no tengo culpa de la cara que tengo, pero sí de la cara que pongo. Que mis angustias y tribulaciones pueden ser muy grandes, pero no lo suficiente para apagar la luz que brilla desde dentro.
¡Feliz Viernes! 😊
Comments