Siempre les hablo de cuán positivos debemos ser. Sin importar nuestras circunstancias debemos ver que al final las situaciones nos fortalecen y nos hacen crecer. Para mi, toda mala situación debe traer una enseñanza. En mi experiencia personal, cuando veo hacia atrás, todos los baches y problemas que pasé, me han dejado cosa positivas y siento que me han vuelto una mejor persona.
Pero la ejecución de esta práctica no es siempre fácil. Y por más que dentro de nosotros sepamos que al final todo va a estar bien y que las circunstancias adversas nos van a fortalecer, hacer crecer y aprender; nos puede tocar batallar sin sentido por un rato. Y a mi me pasó la semana pasada.
Mi vida está pasando por miles de cambios actualmente. Sé que no soy la primera persona en pasar por estos cambios ni la última que lo hará, pero si es un montón y de un solo, con grados de dificultad que no dependen de mi. En este año, no solo voy a haber cambiado de estado civil, si no también de casa, país, trabajo y entorno. Estoy ansiosa y emocionada por todos los cambios; y no solo los quiero, pero creo que son necesarios.
Sin embargo, la semana pasada enfrentaba una situación adversa con respecto a estos cambios. Una situación que me afecta mucho más de lo me podía imaginar y no saben cómo me desplomé. Comencé a llorar y a llorar. Me sentía decepcionada, sola, que nadie entendía lo que yo sentía. Si, drama elevado a la máxima potencia. Por media hora, después de salir de donde me dieron la mala noticia, me senté en el carro y lloré. No lograba arrancar ni ir a ninguna parte. Lo único que podía hacer era llorar.
Cuando me recompuse y pude abrir los ojos, manejé con dirección al Santísimo. Estuve ahí una hora sin entender el propósito de Dios en todo lo que me pasaba. Salí y aun así, iba triste y cargada. Lo que restó de ese día fue así. Al día siguiente seguía con ese cúmulo de cargas sobre mí que no entendía. Mi cara al estar ante tanto estrés se llenó de espinillas. Aunque me iba calmando, no lograba entender por qué no encontraba una salida y al no entender, otra vez se me revolvía todo.
Finalmente llegué a la eucaristía y mientras escuchaba la homilia, el padre habló sobre cómo hay gente infeliz. Que habían curas, monjas, abogados, arquitectos, etc., que no eran felices porque no sabían cuál era el propósito en sus vidas. Decía que problemas siempre habían, pero que si sabíamos cuál era nuestro propósito, por más que nos costaran los obstáculos, íbamos a lograr atravesarlos. No siempre era fácil, pues raramente lo bueno llega de manera fácil, pero que perseveremos con amor en lo que creemos para cumplir nuestro propósito.
No les puedo explicar la tranquilidad que eso le dio a mi corazón. Por primera vez en 3 días la incertidumbre y agonía que sentía, se iban despejando. Honestamente, durante el problema me sentía igual de perdida que un perro en procesión. Así que al salir de la Eucaristía decidí reenfocarme. Saber que no sería fácil, pero que si tengo un propósito que cumplir y lo conozco muy bien.
Sé qué tal vez a muchos nos pueda pasar que nos sentimos agobiados por las situaciones de la vida. A veces no sabemos qué es lo que va a pasar. A veces no es ni nuestra culpa nada de lo que pasa y nos vemos arrastrados por estos problemas. Pero todo depende de nosotros. Debemos saber cómo enfrentar las cosas. Podemos hacer mucho más grande un problema o minimizarlo. Podemos dejar que nos consuma o decidir caminar a través de él. Todo lo que empieza, también termina. Los problemas no son eternos. Debemos ajustar nuestra perspectiva, por mucho que nos cueste. Podemos decidir caminar hacia adelante o simplemente caer al abismo. Somos lo que decidimos hacer con aquello que no podemos controlar. Podemos decidir ahogarnos en el vaso con agua o intentar nadar. A todos nos ha costado flotar durante las tormentas que hemos pasado, pero decidimos nadar y seguir, y pues aquí estamos.
Decidí que aunque sea una situación extremadamente compleja, donde ni siquiera tengo nada que ver, debo nadar y seguir porque conozco mi propósito. Conozco mi objetivo y sé que si me detengo, me ahogo y no lo cumplo. También entendí que no debo tomar personal cada lucha, por más que me encante hacerlo. Puedo procurar ayudar y orientar, pero no es mi responsabilidad llevarla. No puedo cargar mi corazón con batallas que no son mías, por más que me afecten.
Así que hoy les digo, conozcan su propósito y sepan en su corazón cuál es. Eso despejará todo lo que los carga. Nuestra mirada hacia los problemas define como los enfrentamos. Así que démosle una mirada cálida y de paz, para poder atravesarlos. Nosotros decidimos cómo vemos lo que nos rodea y lo que nos afecta. Caminemos con la certeza que podemos cumplir con nuestro propósito sin importar lo que se venga encima. Nademos, sigamos, levatemonos y aprendamos, de eso se trata la vida.
¡Feliz Viernes! 😊
sobrevivira, y ganará mucho!