Todos buscamos el verdadero sentido de la vida durante estos días. Nos pega la necesidad por experimentar epifanías, respuestas, cambios, amor, pero no se por qué lo buscamos en los lugares erróneos. Vamos a fiestas, comemos y bebemos como si no hubiera mañana. Compramos cosas al crédito que al final del día ni podemos pagar. En enero tenemos cara de angustia, cansancio en lugar de estar felices por las 365 oportunidades que tenemos para cambiar el mundo. Este Viernes de Nicole contiene una mezcla de sentimientos sin igual, porque he conocido el amor que podemos llegar a experimentar en estas fechas.
Esta semana asistí a la graduación de mi primo. Para que entiendan lo importante que es mi primo para mi, él es el hijo mayor de la ÚNICA hermana de mi mamá. Cuando éramos chiquitos Fer, mi hermano, José Eduardo (el chele), y yo, nos criamos juntos en la casa de mis Titos. Relinchamos juntos, ayudamos a nuestra bella y dramática Tita a sembrar los orgullos de la india en el cementerio, andar en las competencias de perros y miles de aventuras más que mis maravillosos Titos suponían. A partir de las 2 de tarde hasta las 6:30 pm, nuestra vida era juntos. Jugábamos de todo, íbamos a piñatas juntos, nos movilizamos juntos para ir a nuestras clases extra curriculares, Fer y el Chele al fútbol y yo a Francés.
Sin embargo, como todo, la vida cambia. Crecimos y pues las aventuras con Fer y el Chele ya no me parecían tan entretenidas ni a ellos conmigo. Pero la vida es tan maravillosa que así como hace que tengamos intereses distintos, también llega ese mágico momento en el que todo vuelve a ser igual, donde todo se acomoda.
A mediados de año mi tía y el Chele nos dijeron que su graduación era en diciembre en Washington D.C. Cuando nos informaron de esto, yo nunca pensé que iría. Pensaba que estaría en quiebra por viajar constantemente a otros destinos un poco más tropicales. Sin embargo, siempre pensé en lo importante que sería ver al Chele graduarse de profesional. Dios es tan perfecto, que reacomodó los planes en un dos por tres. De tener la convicción de que NO iba a ver al Chele durante su graduación, todo cambio y de pronto tenía un boleto para estar ahí.
Cuando lo vi con su toga, con su traje azul de tres piezas, no les puedo explicar lo que yo sentí. Fue una mezcla de alegría, orgullo y nostalgia. Cuando lo veía desfilar tenía en mi mente la imagen de aquel bebé cachetón, ojos azules que me escondía los zapatos cada vez que me veía. Veía aquel niño que disfrutaba a muerte las costillas en salsa barbacoa convertido ahora en todo un profesional. Cuando estuvimos ya juntos tomándonos fotos, y aunque tuvimos un par de ausencias, estoy segura que el sentimiento fue colectivo estuviéramos ahí o no. Mis papas desde lejos estaban felices y se que mis abuelos desde el cielo le sonreían al Chele. Su orgullosa mamá tenía el pecho hinchado de felicidad. Su hermanito saltaba de la alegría y Fer y yo nos sentíamos realizados de ver a nuestro cómplice de travesuras convertido ya en un profesional serio.
Luego de los actos nos trasladamos a un almuerzo. Estaban todos sus amigos que se habían movilizado de diferentes ciudades para celebrar este gran logro. Cuando yo vi la cara de felicidad, orgullo y plenitud del Chele, lo comprendí todo. Entendí que sin Dios en su vida esto no sería posible. Que sin Dios en nuestras vidas no podríamos tener un amor familiar tan solido, a prueba de TODO, cuando digo TODO, hablo de bombas atómicas.
Todos nos distraemos con diferentes situaciones en la vida. Dejamos que ciertas cosas ocupen el primer lugar y tomamos por sentado lo más maravilloso que es tener una familia consolidada en Dios. Cuando llegan estos días nos vemos tan preocupados por distintas cosas, los regalos, las fiestas, los compromisos, TODO parece más importante que nuestra familia, que nuestro compromiso con Dios. Vemos de menos lo importante que resulta compartir con nuestras familias, celebrar con ellas cada paso de esta maravillosa época. En esta vida todo es tan efímero, todo es tan cambiante que lo único que permanece es la familia.
Le doy gracias a Dios por haberme recalcado esto de manera tan especifica permitiéndome ver al Chele graduarse, unos cuantos días antes de que ÉL nazca en mi corazón. El lugar más hermoso para que Jesus nazca es en una familia feliz con corazones llenos de amor. No busquemos la felicidad en cosas efímeras, ya sabemos dónde está nuestro mayor tesoro, en la bella familia que Dios nos ha dado. ¡Abracemos al que extrañamos! ¡Celebremos en grande con estos seres increíbles que Dios nos regalo!
En estos días que faltan para esa gran celebración los insto a que valoren, aprecien y realicen que lo más espectacular que tenemos es nuestra familia.
¡Feliz Viernes y Feliz Navidad!
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