Por motivos de trabajo, me tuve que trasladar este fin de semana a la ciudad de La Ceiba, en el departamento de Atlántida.
La ciudad de la Ceiba es conocida como la Novia de Honduras. Su nombre proviene de un gran árbol de ceiba que se encontraba a las orillas del Mar Caribe. La inmensidad del árbol era tal, que los primeros pobladores garifunas, provinientes de la Isla de San Vicente, decían que era la escalera Dios utilizaba para bajar a la Tierra cuando la visitaba.
La Ceiba guarda un cierto misticismo. Entre su orillas bañadas por el ruidoso mar, sus campos bananeros, sus prehistóricas montañas llenas de mariposas y su caudaloso Cangrejal, la ciudad guarda aún encanto difícil de describir.
Al pasear por sus calles se ven aún las estructuras arquitectónicas de glorias pasadas. En todos los rincones hay un pedazo de historia, un pedazo de Honduras.
Aunque el mítico “ceibon”, ya no existe y en su lugar convergen la avenida principal y la primera calle, sigo creyendo que Dios baja de visita a La Ceiba y la conserva así de hermosa, coronándola como “La Novia de Honduras”.
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