No quiero que mis Viernes se vuelvan tema de “chambre” o de averiguar acerca de quién son, porque no se trata de eso. Se trata de dejar un mensaje positivo. Mis viernes son historias, recuentos, vivencias y experiencias personales vistas a través de mis ojos. Lecciones que la vida va dejando e historias que me van inspirando. Y la de hoy, bueno, no será la excepción y de solo pensarla y escribirla se me paran los pelitos de la emoción.
Aclaro que para escribir este Viernes, pedí la debida autorización que le corresponde a una persona muy cerca de mi corazón. Sé que la fe es un tema algo delicado sobre lo cual escribir, pero no me da miedo y les pido que ustedes mantengan una mente abierta al leerlo.
Hace unos 3 años conocí a una persona en la comunidad de oración. Ella, hace ya algún tiempo, había comenzado, y ese era mi primer día. Ambas comenzamos a platicar mientras los otros integrantes llegaban. Me cayó súper bien desde ese día. Había algo en su tono de voz que suavizaba el ambiente. Me sentía a gusto con ella. Después de ese primer día, yo me imaginaba que ella llevaba la vida perfecta. A medida el tiempo fue transcurriendo, fui conociendo a su familia, entrando un poco más en confianza y conociendo de a poco sus problemas.
En fin, me di cuenta de su vida, obra y milagro. Como todos, ella tiene problemas. Sin embargo, los problemas de ella son BIEN GRANDES. No tiene solo de una índole, sino de todo tipo, es una variedad exhaustiva de problemas, que van desde familiares extremadamente complicados hasta problemas financieros. La verdad es la de nunca acabar.
Ustedes pensarán que una persona así anda siempre enojada, amargada, tensa y preocupada. Tal vez, pensaran que vive enojada con Dios y aunque vaya a la iglesia, se encuentre enojada y resentida por todas las situaciones que a diario enfrenta. Que en sus idas a la iglesia le reclama a Dios por qué la ha abandonado. Sin embargo, jamás verán eso en el rostro de esta persona. Encontrarán voluntad de servicio, ganas de salir adelante y un amor y entrega a Dios que nunca se desespera.
Hace poco, por problemas financieros, esta persona tuvo que sacar a sus hijas de la escuela a la que asistían. Tomaron en familia la dura decisión y no las matricularon. Recibieron entonces una llamada de la institución diciéndoles que el año completo había sido pagado. Cuando yo me enteré de esto, lo único que pude decir fue “esto es pura gracia y misericordia de Dios”. Esa es solo las respuestas a las oraciones de una familia entera.
Para serles sincera yo no creo en las coincidencias, pero si en las “Dioscidencias” y creo que esta persona llegó a mi vida para demostrarme que sin importar lo agobiante, extenuante o difícil que sea una situación de la vida, nuestra fe jamás se debe ver desmejorada. Nuestra alegría jamás debe verse apagada. Nuestras ganas de luchar, de perseverar y más que nada de orar, jamás deben desfallecer.
El domingo durante la misa, el padre nos habló, en su homilía, de cómo las personas nos podemos confundir en cuanto a nuestro crecimiento espiritual. Él decía que cuando todo marcha bien es fácil amar a Dios, es fácil sonreír, es fácil ser fuerte. Es fácil sentir ese gozo que sabemos que viene de lo alto. Pero ¿qué pasaba cuando pensábamos que nuestro crecimiento espiritual estaba en su punto más alto y de pronto comenzábamos a tener problema de toda índole? ¿Cuando nos comenzamos a ahogar en grandes problemas? Comenzamos a reclamar, a enojarnos, a alejarnos y creo que allí de verdad estamos en problemas. Tener un fuerte crecimiento espiritual radica en seguir creyendo, seguir amando, seguir dándote con alegría. Buscando maneras de resolver el problema. Ocupándose, no preocupándose.
Esta persona de la cual les he hablado hoy es un testimonio vivo de fe y esperanza. De no desfallecer. A pesar de las circunstancias que la vida lanza y aunque muchas veces se ha querido dar por vencida, persiste y hoy por hoy ella ha visto las recompensas de su persistencia, de su fe. Poco a poco ella ha podido ver que su fe la ha sostenido en las subidas y bajadas.
Desde que me enteré de ese gran milagro que le pasó a esta persona, sabía que lo tenía que compartir. Sabía que aquí hay una gran lección por aprender. Es saber que nunca podemos desfallecer, nunca debemos dejar de creer ni de esperar que nuestra fe y perseverancia darán grandes frutos.
Los instó a que sin importar cuál sea su fe, se aferren a ella. A qué no busquemos métodos alternos, métodos humanos para encontrar una respuesta a nuestros problemas. Que no importa lo grande que sea la cruz que tenemos sobre nosotros, sonriamos con alegria y entendamos que en esa prueba, en ese fuego, encontraremos la paz y todo aquello bueno que buscamos, si en ella perseveramos.
¡Feliz Viernes! 😊
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