¡Ya estamos en febrero! Aparte de la temporada navideña, que para mi se inaugura desde octubre, febrero es de mis meses favoritos. No sé si es porque es la antesala de la primavera, pero los días son más bonitos. Las flores se ponen lindas y todo está más vivo. También, a causa del día del amor y la amistad, la gente se pone mucho más amorosa y cursi, lo cual a mi me encanta.
Desde que escribo el Viernes de Nicole, siempre dedico cada uno de los viernes de febrero a un amor distinto. A lo largo de estos años me han leído cínica, enamorada, “peleada” con el amor (lo cual nunca es cierto, porque yo vivo enamorada del amor), soñadora, ilusionada y cien mil otros adjetivos. Sin embargo, mi primer viernes siempre está dedicado a Dios. Para mi, del amor de Dios, y con Dios, se desprenden todos los amores. ¡Saberme amada y consentida por el creador del universo es lo máximo! Personalmente, desde que conozco el amor de Dios, mi vida dio un giro de 180 grados y todo se ha ido alineando.
Pero, después de pensarlo mucho, y de ver y leer ciertas cosas en las redes sociales, decidí que este febrero 2021 el Viernes de Nicole empezaría por el amor propio. Me he dado cuenta que después del encierro de prácticamente un año, en donde la vida nos ha cambiado en más aspectos de los que jamás imaginamos, hemos priorizado distintas cosas y hemos olvidado eso que nos hace “nosotros”; hemos descuidado de donde se desprenden los amores que nos rodean y hemos decidido correr carreras que no nos corresponden, olvidando la nuestra.
Mi idea del amor propio por algún tiempo fue: “Si me cuido físicamente, si estoy flaca, me veo bien, me consiento, por ende me amo”. Yo he sido sumamente acomplejada en cuanto a mi cuerpo así que “cuidarlo” y arréglarme para mi, eran las máximas expresiones de amor propio. Sin importar cuánto hiciera por mejorar, parecía no ser suficiente. Veía otras personas más flacas, más altas, menos nalgonas, con pelo más bonito y, digámoslo así, mucho más felices que yo. La vida se reducía a una constante comparación de “¿por qué si yo hago todo esto y fulana o mengana, no, está mejor que yo?; ¿por qué si yo hago las cosas bien no me va bien?”¡Gracias a Dios me di cuenta que si seguía así no iba para ninguna parte! Me di cuenta, como dice la canción, que había “perdido mi centro”. Verme bien por fuera era un trabajo interno. Aprender a amarme consistía en no envidiar ni compararme con otras personas. Aprendí que tenía que enfocarme en mi camino, así estuviera vagabundeando, porque no todo el que vaga está perdido; también me di cuenta que nadie lo iba a recorrer por mi.
Creo que al saberme tan consciente de la falta de amor propio que en algún momento tuve, me hizo darme cuenta que evidentemente no tenía ganas de volver ahí y a estar alerta de lo que me puede hacer perder de vista mi propia carrera.
Me he percatado que durante esta Pandemia las alertas de la salud mental se han disparado por todo lo alto y el amor propio se ha visto tambaleado. Entre labores de hogar, laborales, familiares, el encierro, la economía, las deudas, el contagio, las muertes, los juicios que emitimos y de lo que “nutrimos” nuestra cabeza y corazón, perdónenme, pero se nos han mamado las tuercas.
Cómo les dije, no solo hablo del aspecto físico, que por supuesto que es importante: consentirnos, cuidarnos, y darnos nuestro tiempo siempre será importante. Pero es ese afán y desespere que tenemos por compararnos con otras vidas lo que tiene en detrimento nuestro amor propio. Nos desesperamos si algo no nos sale como a los que aparentemente “les va bien”. Y si algo nos debería de haber enseñado todo esto (pandemia) es a ser pacientes, a aceptarnos buscando mejorar, desarrollando empatía por los demás. No todo lo que los demás hacen es lo que nosotros debemos hacer. Debemos vernos y sentirnos felices con nuestra propia carrera, por muchos tropezones que esta pueda tener.
No hagamos lo mismo que los demás. No miremos el progreso de otros. No queramos ser mejor que el otro. Caminemos lento, con paso firme hacia nuestros objetivos. ¡Explotemos nuestra creatividad y reinventémonos! ¡NADIE ES NUESTRA COMPETENCIA! Nosotros podemos hacer la diferencia.
Así que, mis queridos saltamontes, si al otro le va bien, si tiene ideas locas o diferentes de lo que nosotros creemos que es lo correcto, ¡dejémoslos! ¡Concentrémonos en nuestra propia carrera! Aprendamos a admirar la belleza de los demás sin cuestionar la nuestra. La única competencia que tenemos es la persona que fuimos ayer. Antes de regresar afuera, volvamos a adentro.
¡Feliz Viernes! 😊
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