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Foto del escritorNicole Vaquero

Epitafio para la Tita

El día de ayer le dije adiós a una persona muy especial para mi, a un pilar de mi vida, a mi querida abuelita: mi Tita. Es cierto, tenía 86 años, pero realmente sin importar cuánto pensamos que estamos preparados para dejar a esa persona ir, nuestro corazón se quiebra al saber que ya no estarán. Todo el que ha perdido a un ser querido sabe que esta transición entre saber que ellos están descansando en un lugar mejor y darnos cuenta que ya no estarán con nosotros, es extremamente difícil de sobrellevar.

Por motivos de trabajo, yo me encontraba en la ciudad de La Ceiba cuando falleció mi abuelita. El martes había amanecido algo mal y, de pronto, el miércoles a la 1:30 p.m., ya no estaba.

Desde principios de mayo, mi Tita había tomado una actitud de quererse morir. Así como lo leen. Ella comenzó a dejar de comer y decirnos que ella se quería morir.

Mi Tita siempre tuvo una inclinación hacia lo dramático (yo lo heredé de ella), por lo que no venía como sorpresa para nosotros que ella nos dijera este tipo de cosas, era algo cotidiano en ella ese tipo de pláticas.

Mientras venía de regreso a San Pedro Sula, venía en el extremo triste; pero, de repente, entre mis lagrimas me comenzaba a reír porque me acordaba de sus increíble anécdotas. Una de las más recientes fue la operación de cadera, de lo feliz que estaba de por fin tener cadera de “platino” como todas sus amigas. Recordaba todas nuestras idas a la playa, fuimos compañeras de cuarto siempre y gozamos cada noche al irnos a dormir hablando de cualquier cantidad de cosas.

Mi Tita siempre fue una persona clave en mi vida. Después de escuela iba todos los días a su casa hacer tareas. Ella me preparaba para el ballet y el Tito me llevaba. Hacíamos la Coronilla de la Misericordia a las 3 de la tarde y toda la vida insistió en darme sopa de lentejas.

Crecí y me formé en el hogar de mis abuelos, mis Titos.

Ustedes podrán decir, “qué bonito que la recuerda así, claro, es la nieta”, pero la verdadera sorpresa fue que al llegar al funeral todos los ahí presentes tenían una historia nueva de mi Tita. Tocó tantas vidas e influyó en tantos corazones que era maravilloso ver a la gente reír acordándose de ella. Los comentarios iban desde amigos entrañables de toda la vida, compañeras de escuela de mi mamá y mi tía, mis amigos, los amigos de mi hermano. Todos estaban ahí, recordado la vida de un ser que trajo risas y alegrías a sus vidas.

Mi Tita siempre fue una mujer fuerte, una mujer de garra. Era brillante, lo que tocaba lo hacía funcionar. Fue una mujer tan fuerte que siempre se salió con la suya.

Desde muy pequeña le toco enfrentar la vida de una manera muy dura, perdiendo a su papá cuando ella estaba muy pequeña. Al casarse con mi guapísimo Tito, procrearon una familia de cinco hijos. Mi Tita perdió a sus tres hijos varones y siempre decía: “Yo he sufrido más que la Virgen María, ella solo enterró a un hijo, yo llevo tres.” Lo sorprendente es que esto nunca apagó su alegria. Nunca apagó su fuego. Donde ella iba era el alma de la fiesta. Muertito que tenia, muertito al que le hacía un jardín espectacular, porque amaba las plantas. No importaba cuánto se peleara con la gente, una vez en su corazón, ella los amaría para toda la vida. Siempre fue una mujer que se enfrentó a la vida con alegria, sin importar cuánto dolor la vida le hubiera dado. La Tita hacía de cada evento de su vida, algo especial y hacía que las personas que estuviéramos a su alrededor fuéramos parte del proceso.

Estando yo muy chiquita, mi Tita y mi Tito me llevaron a las oficinas de la Funeraria La Auxiliadora, porque se disponían a comprar el paquete “delux”, para sus funerales. Les estoy hablando que esto pasó hace 25 años aproximadamente, y recuerdo muy bien a mi Tita escogiendo el ataúd y preguntándome mi opinión; jamás olvidaré que el que escogieron se llamaba “Mi última Joya”.

Un amigo muy querido dio una oración durante la vela y decía: “Lo verdaderamente importante en esta vida es vivir dejando sonrisas en el rostro de las personas”. Y esa es la lección que me dejó mi queridísima Tita, vivió dejando sonrisas en los rostros de todas las personas que conoció, sin importar cuánto dolor ella llevara dentro.

Y esa es la verdad, debemos vivir llevando alegria a todos los que estén cercanos a nosotros. Es poder dejar esa impresión de felicidad y de satisfacción en cada persona que nos conoce. Es dejar una marca en los corazones de las personas que nos rodean. Cómo Benedetti muy bien escribió, “De eso se trata, de coincidir con gente que te haga ver las cosas que tú no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos”. Ese es nuestro papel fundamental en la vida, darle a los otros una oportunidad de ver las cosas maravillosas de la vida.

Así como les describo a mi Tita en vida, así murió. Ella hizo lo que quiso, cuando quiso y como quiso. Se fue como quiso, con los mariachis que pidió toda la vida y llena de flores; solo faltaron los cigarritos y el traguito. Al enterrarla ayer, entre mis lágrimas gozaba, porque hace años nos llevó a mi hermano, a mi primito y a mi al cementerio a sembrar unos árboles preciosos que se llaman Orgullo de la India. De más está decirles, que era prohibido sembrar árboles, sin embargo, ella sembró una fila completa para que al momento de su descanso final tuviera sombra y una bella vista. Los famosos árboles estaban espectacularmente floreados ayer, dándole la bienvenida a quien hace tantos años los sembró con tanta devoción y amor.

Pablo Picasso una vez dijo: “Cuando yo era pequeño mi madre me decía: Si te haces soldado llegarás a general, si te haces cura, llegará a ser Papa. Fui pintor y llegue a ser Picasso”. Mi abuela decidió pese a todos sus brillantes talentos, ser madre y abuela, y se convirtió en “La Tita”.

¡Feliz Viernes! 😊

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