La semana pasada estuve rodeada de amor por familia y amigos. Tuve la oportunidad de reír, emocionarme, llorar de felicidad y sentir como mi bebé, Julián, es añorado por gente buena y amorosa. Todo lo que recibí fueron palabras de aliento y esperanza para lo que próximamente viviremos. Tal vez, lo que llamó más mi atención fue que entre el diverso grupo de personas que nos celebraron, existió una manifestación de apoyo incondicional. Existieron miles de consejos, pero lo que más me llenó fue esa sensación de seguridad que me dieron diciéndome que estaban a un mensaje de distancia.
Al sentir todo ese amor, es inevitable reflexionar sobre todos los sentimientos que se manifiestan en esos momentos. Por suerte, tenía a mi mamá cerca para poder transmitir lo que sentía; y a la vez, recibir su más que sincera opinión.
Entre mis reflexiones, me percaté de las veces que me he dejando envenenar el alma hacia ciertas personas. Cuando hablo de envenenar el alma, hablo que en algunas ocasiones escuchamos palabras que viene de otras personas y nos enferman porque nos hacen juzgar una situación o a una persona de manera tal vez errónea. Nos condicionamos a reducir a las personas o las situaciones a lo que otro nos dice. Condenamos actitudes y a personas cercanas muchas veces solo por lo que nos dice un tercero.
Nos envenenamos el alma también cuando vemos actitudes de ciertas personas que van en contra de lo que nosotros creemos y pensamos. Descartando qué tal vez pueden estar pasando por un mal momento. Y a veces, creo que la gran mayoría de los envenenamientos vienen de nuestra propia mente. Estamos sensibles por ciertas situaciones, y de repente alguien dice algo que no cuaja con lo que creemos o pensamos en ese momento, y, “boom”, de inmediato se vuelven no gratos para nosotros.
Todos los tipos de envenenamientos hacen daño. Y me di cuenta de qué injustos podemos ser con las personas por juzgarlos y sentenciarlos por un comentario qué tal vez hagan, o por lo que alguien nos dijo que hicieron o dijeron. Todas las personas podemos decir cosas que tal vez no son las más adecuadas, pero no por eso dejamos de ser buenas personas o tener un genuino aprecio por otros. No podemos cortar a personas de nuestras vidas y pensar que no las queremos cerca solo por comentarios de terceros, que pueden resultar hasta ser mentira.
Yo había tomado la decisión estupida de escuchar otras voces. De alejar personas o poner barreras alejándolas por el simple hecho que en algún momento sentía que no estaban de acuerdo con lo que hacía. Me di cuenta que al final del día cada quien va a pensar lo que quiera, pero lo que vale es que estén ahí para apoyarte y acompañarte hasta el final. De todo lo que te he tenido la oportunidad de agradecer en estos últimos días de amor y alegría, creo sin duda alguna que lo que más me alegra es la oportunidad que he tenido de recapacitar acerca de mi acciones y de entender que la gente es buena y aunque hayan momentos no tan buenos, lo que vale es que estén ahí cuando las necesitamos. Aprendí que las personas no somos blancas o negras, por mucho que queramos decirlo. Somos un abanico de colores y emociones.
Así que no se dejen envenenar su alma, ya sea por terceros o por su propia mente. No aparten a las personas del camino por algún cometario o por alguna acción. Recuerden: somos volátiles y todos cambiamos, no por eso somos malas personas. La vida se trata, como decía mi Tita, de remendar y pegar botones. No apartemos a las personas de nuestras vidas erróneamente. Amemos, perdonemos, pero más que nada, seamos empaticos con los demás.
¡Feliz Viernes! 😊
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