Ausentarse de escribir mis viernes siempre tiene un peso emocional sobre mi. Siento que dejo de hacer algo que amo y que no le doy el tiempo que amerita. Este espacio para mi siempre será uno de enseñanza, confort y alegría para quienes lo leen. Pero este año ha sido un remolino en mi vida. Desde el 29 de julio mi vida cambió por completo. He cambiado de país, dejado a mi familia, empezado una nueva vida en Guatemala con el compañero de vida más maravilloso para mi. He aprendido más que nunca a encontrar la felicidad en las pequeñas grandes cosas y a no dejarme bajonear por comentarios de personas que amo, por feos que sean. De verdad, han sido meses de enseñanza.
Y hoy les quiero dejar una enseñanza de mi sabia madre, que ha llenado de amor los últimos días y meses mi vida. Mi mamá siempre me ha enseñado a “sembrar para cosechar”. No siempre le he hecho caso, y algunas veces, orgullosa de mis metidas de pata, he pagado las consecuencias de ello.
La semana pasada coseché el amor de una vida. Mi familia sanguínea, no es muy grande, pero Dios me compensó dándome una familia agregada de lo más bello que existe. Tengo un conjunto de tías de cariño que me aman como si fuera hija de ellas, me regañan y tienen todo que ver en mi vida.
Como muchos de ustedes sabrán, hace 5 meses me casé por lo civil. El otro sábado, si Dios quiere, proclamaré, en imitación a la Santísima Virgen Maria, mi “SÍ” ante Dios con todo el corazón, fe y raciocinio del mundo. En aras de este día que marcará mi vida, estas tías que les cuento, celebraron por todo lo alto el fin de nuestra soltería.
Este grupo de tías, a las cuales he denominado, las “tías parranderas”, fueron más allá de lo que nadie podría esperarse. No solo elaboraron la decoración más bella que se pueden imaginar, cocinaron cada plato de comida y postres que habían, en honor a nosotros. Lo que se respiraba esa noche era amor puro al cien por ciento. No puedo dejar de agradecer todo lo que ellas hicieron tirando la casa por la ventana con tanto amor para nosotros.
He pensado mucho en ese día y en cómo se esmeró la gente que nos ama para celébranos a lo grande. Lo único que se me viene a la cabeza es que el amor que mis papás sembraron, el que me inculcaron a sembrar a mi, amando a esas tías locas y parranderas, lo coseché ese viernes. Todo lo que sembramos, será lo que un día cosecharemos. Nuestro futuro depende de lo que realicemos en nuestro presente. Somos completamente libres en nuestros actos, pero no así de sus consecuencias. Y, ¿quién quiere tener consecuencias feas o desagradables? La verdad, es que nadie.
Así que sembremos amor. No importa que tarde, no importa que pensemos que no llegará, lo que sea que nosotros lancemos al mundo, es lo que recibiremos. Nuestras palabras y acciones deben ser siempre semillas de amor y esperanza, nunca de odio o indiferencia. No puedo dejar de ver ese día de felicidad y alegria, como una gran enseñanza: la vida es como un jardín, lo que sembramos es lo que recogemos. Si sembramos amor, recogeremos amor. Sembrar amor es cosechar corazones de bondad.
Así que sin importar qué, sembremos amor. Cuando esparcimos semillas de amor, somos nosotros los que florecemos. ¡Gracias a mis tía parranderas por hacer de mis últimos días de soltera oficial, lo máximo del universo! Las amo y gracias por sembrar en mi tanto amor.
¡Feliz Viernes! 😊
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